miércoles, 7 de diciembre de 2011

En busca de El Dorado


Buena parte del narcotráfico se ha ido de Colombia a México, el mito de El Dorado tiene varias formas. En Gatopardo, Ioan Grillo casi sufre un ataque de pánico en un túnel bajo tierra, al sentir cómo disminuye el oxígeno y escuchar de pronto al río Cauca fluir poderoso encima, como si fuera a colapsar el túnel. Son dos de las causas de muerte entre los mineros del oro en Colombia. El metal ha subido de precio, la fiebre del oro está de vuelta, y las milicias armadas se lo disputan. Extorsionan a los mineros. Es la nueva cocaína.
Alma Guillermoprieto sostiene en El Puercoespín, que la conclusión más desalentadora de la guerra contra el narco es que tal vez no se haya librado. Cita dos artículos de Héctor de Mauleón (uno sobre Beltrán Leyva y otro sobre el Chapo Guzmán) para la revista Nexos, alimentando las sospechas de conexiones de los capos incluso con miembros de sucesivos gabinetes. Las grandes victorias del Estado contra el narco se deberían a inteligencia de los propios narcos. Lo que habría sería una guerra entre narcos, desatada por el gobierno mexicano, en la que el límite entre el Estado y el mundo del crimen es difuso. Hasta el punto de que los Zetas eran miembros de la unidad antidrogas del Ejército, y hoy han llevado al paroxismo la violencia, rompiendo todo código de honor y guerra. La veneración a La Santa Muerte por parte de las bandas del Golfo, los asesinatos de muchachas centroamericanas para ofrendarlas a esta figura macabra, los asesinatos de mujeres en Juárez, hablan de una nueva cualidad en el ejercicio de la violencia. Sin embargo, Guillermoprieto no cree que se pueda hablar de un Estado fallido, porque en un estado fallido “los conductores no se detienen en la luz roja y la basura no se recoge puntualmente”.
Lo cual parece más bien Venezuela. En Nexos, el constitucionalista Pedro Salazar Ugarte escribe una crónica de su viaje oficial a la República Bolivariana, que no difiere en mucho de los relatos de otros viajeros, pero del siglo XIX. La hospitalidad y la atención son impecables, la gente es igualitaria, nivelada en una clase media baja, y bastante uniforme. La ostentación y el lujo oficiales contradicen el discurso revolucionario. Caracas es desaliñada y decepcionante, pero entre sus interlocutores campea la megalomanía (el Quijote fue inventado en Venezuela, el mejor país del mundo, el mayor vitral del mundo, etc.).
Ve poco de la ciudad. Otros delegados son marcados por guardias de seguridad cuando salen a trotar.
Al asistir a la apertura del evento oficial la Presidenta del Tribunal Supremo habla de “la odiosa separación de poderes”. Luego, el presidente Hugo Chávez extiende a casi tres horas su discurso de 20 minutos, interrumpido treinta veces por aplausos. Un diputado sentado en la fila de atrás repite cada palabra del líder. Salazar Ugarte anota que “el tirano se apodera de nuestro tiempo a capricho”. Cuando al día siguiente se da cuenta de que otro evento es una celada propagandística lo abandona, pero no lo dejan partir al hotel sin su chofer.  
Al abordar el avión, escribe: “México, mi país, con sus miles de problemas y su indignante injusticia social, se me antojó moderno, democrático y libre”.

No hay comentarios: