El martes 7 de febrero Charles Dickens cumplió 200 años; The
Guardian revela
que Dickens quiso ser actor y era un obsesionado por la tarima. Un
resfrío le impidió asistir a una audición y sería el hecho determinante del
destino que lo convirtió en novelista. Pero sus obras están repletas de personajes
ligados al mundo de las tablas, y de sus lecturas en Inglaterra y EEUU dijo
Thomas Carlyle, en 1863, que Dickens era “todo un teatro cómico, trágico, heroico,
visible actuando bajo un sombrero”.
The Atlantic publica
nuevamente (pero en la web) la reseña de septiembre de 1861 de Great Expectations. El mismo título del
libro indicaría la confianza en el propio genio. Y Dickens consigue la maestría
sobre dos fuerzas en tensión que antes lo dominaban: la observación detallada
de personas y cosas, en oposición a su tendencia por la idealización patética o
humorística. En ninguna otra obra logra de tal forma estimular y desconcertar
al mismo tiempo la curiosidad del lector, al que somete a una sorpresa tras otra,
sin que este por ello logre, avezado o desprevenido, prever el desenlace anunciado
disimuladamente. La trama sería de lo
mejor producido por Dickens; la novela, una obra maestra.
En la misma revista, Joshua Foust analiza
por qué la intervención en Libia dificulta una solución similar en Siria. En el
primer caso, la violencia entre milicias que sigue a la muerte de Gadafi deja
claro que muchas veces las consecuencias de estas acciones son también malas.
Pero además, la OTAN se excedió en los términos permitidos por el mandato de la
ONU, pasando en los hechos por encima de Rusia y China. De allí que el veto de
estos dos países a la resolución de la ONU haya sido previsible: han sido desairados,
y sus intereses no han sido tomados en cuenta. Para estos estados, con un pobre
historial de derechos humanos, estas intervenciones son el desastre, no la
libertad. La historia de Libia, hace más difícil intervenir para ayudar al
pueblo sirio.
Y en Hürriyet Daily News, de Turquía, Gwynne Dyer explica
mejor las razones geopolíticas, y de política interior, por las cuales una
intervención armada en Siria no sucederá. Por ejemplo: Rusia tiene allí su única
base naval en el Mediterráneo y sus únicos aliados, junto a Irán, frente a un
mundo árabe suní hostil; la minoría alawita (chií) de Assad en Siria, además de
los cristianos y drusos, temen a la mayoría suní, por lo que soltar el poder no
es para ellos una alternativa.