El tono comprometido inspira escepticismo, pero la propuesta a contramano del
artículo de Christopher Glazek en la revista N+1 incita a pensar: EEUU no debería
reformar su sistema de prisiones, debería abolirlo: abolir las prisiones. Glazek
falla en decir cómo se ve eso en detalle, pero arguye que la pena de muerte e
incluso el aumento de la delincuencia son moralmente preferibles al infierno de
las prisiones en ese país. Y aporta data: la población penal se cuadruplicó a 2,3
millones de presos en veinte años, hay más violaciones en las cárceles que en
todo el resto del país y tal vez sea el único lugar en toda la historia de la
humanidad en el que se violan más hombres que mujeres. Las penas impuestas son
a veces astronómicas, hay gente que por delitos menores paga cadena perpetua.
Muy pocos logran la reinserción, los más son vueltos a encarcelar, muchos por
violar los términos de la libertad condicional, y una de las causales puede ser
simplemente no haber encontrado trabajo. EEUU celebra todos los años la
disminución de la criminalidad, mientras alimenta un infierno en el cual no hay
ley, una mancha negra en la geografía. Y aporta también historias, como la del
muchacho de 15 años condenado a una pena de 8 en una prisión de adultos, por
lanzar un cóctel Molotov a una pila de basura causando daños por 500 dólares. Fue
en Texas, cuando Bush jr resultó electo gobernador prometiendo mano dura. El
niño fue violado repetidamente, su carta a las autoridades y los pedidos de su
madre no fueron oídos. Un día se quitó la vida.
En su blog, el escritor y dramaturgo Ibsen Martínez recuerda a Juan Carlos Gené,
actor, libretista, dramaturgo y director escénico argentino que vivió 18 años
en Venezuela, habiendo huido de la dictadura en su país. Según Martínez, Gené
cambió la vida de muchos a través de su grupo Actoral 80 (de “voluntariosa
austeridad”), que en esos años era parte de una escena que hoy luce envidiable.
Detestaba la palabra “teatrero” y se consideraba ante todo actor, como debería
ser siempre. Escribió el grueso de su obra dramática en Caracas (su más
recordada pieza: Golpes a mi puerta),
y regresó a su país en 1993, donde falleció, casi en las tablas, el 31 de
enero. Clarín entrega
también una sentida nota con datos de su vida. Eloísa Tarruella grabó (ya no se
filman) un documental: Gené en escena.
La música y el tráiler pueden desanimar un poco al principio, pero la película
parece valer la pena. Se consigue en www.geneenescena.com.ar
y debería ser vista en el país que también fue su hogar.