sábado, 3 de marzo de 2012

La sombra estadística


El País. Jaques Bérès: el infierno de Homs no tiene paralelo.
Foreign Policy: cómo la estadística devela crímenes de lesa humanidad.
New York Review of Books: por qué en Sichuan hay más disidentes

En El País, el cirujano Jacques Bérès, que viene de estar en Homs, asegura no haber presenciado nunca un nivel de crueldad similar al del régimen de Assad. La situación de Homs tal vez sólo pueda compararse a Grozny. Las tropas entran a los hospitales y ejecutan a los heridos.
La ciudad ha sido abandonada por las fuerzas rebeldes, dejando unos 4 mil civiles en el barrio de Baba Amr, el enclave de la revuelta. Desalojados o muertos los periodistas, sin acceso aún la Cruz Roja y la Media Luna Roja, sin rebeldes armados, la población está a merced de los vencedores. No hay testigos en la sombra.
Cuando se trata de evaluar las proporciones de violaciones de derechos humanos, muertes provocadas por dictaduras, represiones, conflictos civiles y bélicos, cada parte involucrada maneja sus cifras y niega las demás. Además, por definición, en guerras y dictaduras es difícil, sino imposible, recolectar data al respecto. Foreign Policy presenta a Patrick Ball, quien encontró la forma estadística de superar estos obstáculos. Porque incluso poseer buena data, no significa saber lo que está sucediendo en el mundo real. Puede haber mil testimonios en smartphones, pero gran número de violaciones a los derechos humanos sucede en la oscuridad y no se contabiliza. En Guatemala, Perú, o la ex Yugoslavia, la metodología de Ball demostró los crímenes y la lógica subyacente. Siempre por métodos estadísticos. Para él, es de extrema importancia colocar las cifras en la luz correcta: las personas hoy en día necesitan, mucho, números para todo. Y no les importa de dónde los sacan.  
Una estadística demuestra que en la provincia de Sichuan hay mayor porcentaje de disidentes que en cualquier otra parte de China. Ran Yunfei explica a The New York Review of Books que es por la proliferación de “casas de té” (cafés, en Occidente) en los que la gente se junta a hablar de todo (hay carteles prohibiendo discutir sobre política, pero nadie les hace caso), y la cultura paoge, asociaciones de tipo mafioso que  acaban regulando la vida social y determinan cierta independencia del poder central. En China, los intelectuales necesitan aprender a argumentar; sus discusiones llegan muy rápido al insulto. A pesar de haber sido detenido por sus opiniones, Yunfei trabaja en una revista oficial; si renuncia, le siguen depositando el sueldo y le dicen que sigue siendo parte del sistema: algo digno de Kafka. Un número más.