El acceso sin suscripción a la producción académica en
Internet es laborioso. No se trata sólo de los libros o papers, sino incluso de
las reseñas. De ahí el valor de un sitio como La Vie des Idées. Juliett Roussin, de la Universidad Paris I, reseña
“L’autorité de la démocratie. Une perspective philosophique”, de David Estlund,
de Brown University, en traducción al francés. Dos criterios servirían para
ponderar la legitimidad de las decisiones: el procedimental, que legitima por
la mayoría siguiendo procedimientos democráticos, o el epistémico, por ser la
decisión mejor, o “moralmente correcta”. Para Estlund, “la decisión democrática es legítima por
resultar de un procedimiento que tiende con cierta probabilidad a un resultado
justo o correcto (epistemismo), y que es aceptable para todos los miembros de
la asociación política (procedimentalismo)”. A fin de cuentas, sigue Estlund,
el procedimiento democrático es el único que no puede ser considerado ilegítimo
por las partes. En cambio, la autoridad política de los expertos (la
epistocracia) es rebatible por el Requisito de Aceptabilidad Cualificada: puede
ser que el experto sea más competente y su decisión más justa, pero… ¿de dónde
toma el derecho de coerción sobre sus semejantes? De ahí la “modestia epistémica”
de la democracia y que Estlund hable de su teoría como de “procedimentalismo
epistémico”. El aporte del libro sería presentar un marco filosófico para
considerar el status de los expertos en una democracia.
Anteriormente, en 2010, Crítica.
Revista hispanoamericana de filosofía, de la UNAM, publicó una nota
bibliográfica de Iñigo González Ricoy, de la Universitat de Barcelona,
sobre el original en inglés “Democratic authority. A philosophical framework”.
El contenido es similar, algo más extenso. Cuenta que Estlund apela a estudios según
los cuales, “dentro de su campo de especialidad, los expertos fueron incapaces
de realizar predicciones significativamente superiores a las de los ciudadanos
no expertos”. Lo cual no demostraría sino la dificultad de encontrar un grupo
de expertos que se desempeñe mejor que el arreglo democrático. Estlund
justifica la democracia según el procedimentalismo epistémico, pero no dice qué
tipo de democracia. Nada indica que el sorteo no pudiera arrojar resultados
mejores que la elección, Estlund no aporta evidencia empírica para esto, y el
criterio de justificación acabaría dependiendo “del propio proceso político que
sirve para justificar”. En una de las
notas a pie, González Ricoy recuerda a Montesquieu: “la elección por sorteo es
propia de la democracia, la designación por elección corresponde a la aristocracia”.
Partiendo de las premisas de Estlund, Jason Brennan, de
Georgetown University llega conclusiones opuestas. El paper apareció en The
Philosophical Quarterly de octubre de 2011, pero se obtiene en la página
web de Brennan. Arma un polémico argumento contra el sufragio universal y a
favor del sufragio restringido. Ciudadanos sin la competencia necesaria no
deberían poder votar, porque ejercen poder indebido sobre otros al exponerlos a
decisiones no competentes por parte de las autoridades así electas. El sufragio
universal violaría el Principio de Competencia, los votantes alemanes que
eligieron a Hitler serían un ejemplo. Por eso es injusto. El sufragio restringido
violaría el Requisito de Aceptabilidad Cualificada, que propugna que la base de
distribución del poder debe ser aceptada por todos los puntos de vista calificados
para ello. También es injusto. Si
aceptamos el primer principio como rector, entonces, las decisiones tomadas,
por ejemplo, por un jurado parcialmente racista, tendrían que ser acatadas por
provenir de la mayoría. Si aceptamos el segundo principio e introducimos un
examen de competencias para poder votar, eso sería tan injusto como limitar el
voto a partir de la mayoría de edad. Alguien podría argumentar que un joven de
diecisiete estaría más calificado para votar que el jefe del Ku Klux Klan.
Brennan lo hace. Deduce que el sufragio universal es más injusto. En Bloggingheads expone
su temor de que su trabajo haga al mundo peor.
Kodak se ha declarado en bancarrota. The Guardian sostiene
que la memoria de un momento Kodak se ha transformado en una frenética tomadera
de fotos que nadie tiene tiempo de ver. En su época, Kodak fue tan
revolucionaria como el formato digital, porque puso la fotografía al alcance de
todos.