¿Qué espera Europa para aislar a Hungría?, es lo que pregunta
Rue89. Croacia todavía tiene que pasar el examen de admisión, y Turquía acaso
no lo pase nunca, pero del seno de la Unión un estado retrocede a toda
velocidad. La historia húngara le parece “fascisante”, y explica en buena parte
el regusto fascista del gobierno de Orbán. En Bruselas se excusan con las
desafortunadas sanciones a Austria en el año 2009, o con que cualquier acción
fomentaría el chauvinismo. Reclama urgentemente el voto de censura en el
parlamento europeo y retirar el derecho al voto de Hungría. Lo contrario sería “un
Munich rampante”. A su vez, en La Regle du Jeu, Bernard Henri-Levi plantea
que el destino de Europa pudiera decidirse en Hungría. Un país en el reaparecen
las “horas más oscuras de la Historia del continente”. Y Europa no dice nada, haciéndole
el juego a los Le Pen, los extremistas de Turingia y de Flandes, la Lega Nord y
los Orban: desmembrarla.
En Le Monde, el filósofo Andras Lanczi encuentra
justificado el “patriotismo nacionalista” en Hungría. Durante veinte años
de post comunismo no se ha logrado un gran país de instrumentos políticos
constitucionales. La línea de fractura se sitúa siempre entre la oposición
anticomunista y comunista. No hay un consenso moral en Hungría. El Fidesz es el
único partido que sobrevive desde el cambio de régimen, y Viktor Orban se ha
forjado en la lucha contra los sucesores del comunismo. Al ser elegido en 2010,
Orban recuperó un país que no creía en nada. La reforma del Estado necesitaba
de una nueva constitución. Orban quiere crear una nueva clase media para evitar
el voto por la extrema derecha.
Laszlo Rajk, quien fuera disidente del comunismo, comienza
recordando 1989, cuando un joven Viktor Orbán apareció en la inhumación
simbólica de Imre Nagy, asesinado por los soviéticos, reclamando libertad,
democracia, y la salida de las tropas de ocupación. Rajk cuenta cómo esa
aparición de Orbán torpedeó la estrategia de la “mesa redonda de la oposición”,
que era buscar la negociación para no colocar a Gorbachov en una situación
imposible, ni poner en peligro a la oposición de regímenes más fuertes como el
checo y el de la RDA. La actitud de Orbán no es para los antiguos disidentes
una sorpresa, sino una provocación política constante. Cuando se encuentra en
la oposición, envía a sus aliados neonazis a la calle para aterrorizar a las
personas. Elegido por poco más de la mitad de quienes votaron, su partido
obtuvo 2/3 del Parlamento debido al sistema electoral. Como si no bastara,
cambió la ley lectoral para favorecer aún más al Fidesz, que se vuelve
inamovible. En el poder, demuestra una ausencia total de escrúpulos. La palabra
“república” fue eliminada del nombre del país, y la Hungría de Orbán se parece
a la Rumania de Ceaucescu: nunca se había visto en Europa del Este una
transformación social tan radical, al mismo tiempo que estúpida y ridícula.
La Revista Ñ reseña
el libro “La Guerra imposible”, de Juan Bautista Yofre. En un par de meses
en 1982 la Argentina pasó de la diplomacia secreta a una contundente derrota
militar en las Malvinas, y la dictadura llegó a su fin. Los militares
derechistas acudieron a los No Alineados y pensaron pedir ayuda a Moscú,
recibiendo el apoyo de Cuba, y Libia, y la hostilidad de Chile, su aliado en la
Operación Condor para matar izquierdistas. Segú Yofre, “Malvinas se convirtió
en un inmenso castigo para todos; una gran lección para los militares y la
enorme porción de la sociedad que los apoyó de buena fe hasta el último
momento. Malvinas no es el único eslabón de una cadena de fracasos que llevó a
la Argentina a desconectarse del mundo”.