viernes, 13 de enero de 2012

La Historia es síncopas


La introducción de Willing Davidson, presentando en The New Yorker el libro de epístolas “Joseph Roth: a Life in Letters”, no puede comenzar mejor: “Joseph Roth, quien murió cuando Hitler comenzó a destruir Europa, fue un gran profeta de la perdición: de la propia y de la civilización. Por lo tanto, fue un perfecto hombre de su época, y perfectamente inepto para vivir en ella”. Para Roth la guerra era la mayor catástrofe posible…por la disolución del imperio austro-hçungaro, que era su hogar. Ahogado en deudas y alcohol, sus cartas lo revelan “agudo, sensiblero, serio, arrogante y finalmente trágico”. La revista escogió como muestra las cartas a su amigo Stefan Zweig. En una, habla de su amante, la hija de un matrimonio católico en el lugar donde está hospedado: “Tal vez yo sea un hijo de puta, pero la desfloración en semejante escenario literario es algo que me vale la pena”. Era un latoso pidiendo dinero: “Abuso de ti con el desesperado egoísmo de quien pone en peligro la vida de su amigo, colgándose de él, como quien se ahoga lo hace de su salvador”. La humanidad es “un concepto tan borroso que por contraste uno creería poder toparse con Dios en la próxima esquina”. Creía en la monarquía de los Habsburgo, y sobre su tiempo decía: “hoy se ofrecen defensas bestiales de la bestialidad, más corruptas aún que la bestialidad misma”. Escribió febrilmente y murió pobre.
La revista también recuerda que el copyright de James Joyce en Europa expiró con el nuevo año, y se alegra por la proliferación de puestas en escena, lecturas y ediciones que esto supone. El nieto de Joyce, Stephen, hizo de la sucesión una de las más hostiles, hasta llegar al absurdo de bloquear investigaciones académicas. La situación de las cartas y manuscritos, es decir, lo póstumo, no está clara aún.
El 3 de enero falleció el escritor checo Josef Skvorecki, radicado en Canadá desde el fin de la Primavera de Praga. The Paris Review publicó en 1989, año de la caída del muro de Berlín, una entrevista. Skvorecki cuenta que las descripciones líricas son lo más fácil, y los diálogos, lo más difícil; aprendió a escribirlos leyendo a Hemingway y por una novia que sólo sabía echar cuentos en “modo escénico”, así: y entonces él me dijo:…y entonces yo le respondí:… Cuando El Padrino, de Mario Puzo, fue publicado (por algún misterio) en Checoslovaquia, la gente pensó que hablaba…no de la mafia sino del partido comunista checo. Al darse cuenta las autoridades, ya estaba impreso. Se vendió muy bien, a pesar de los intentos por boicotearlo. La ocupación soviética y el nazismo le parecieron lo mismo; el western y el realismo socialista tienen la misma fórmula, y Skvorecky la explica. Se dio cuenta de que la Primavera de Praga tendría su fin cuando se relajó la censura: se comenzó a publicar que Jan Masarick, hijo del primer presidente del país, había sido asesinado por la KGB cuando el putsch comunista de 1948, contrariando la versión oficial del suicidio. Al primer artículo lo siguieron otros, escritos por otros periodistas, con sus propias investigaciones, y entonces hubo una serie de muertes súbitas. La policía secreta no podía permitir semejante desafío.  
Según The Atlantic, para Skvorecky una muestra más de la casi total identidad en la práctica de fascismo y comunismo se encontraría en su rechazo al jazz, música que el escritor amaba. Presenta una lista de regulaciones del Gauleiter local durante la ocupación nazi: el foxtrot no podía exceder 20% del repertorio en una noche, los tonos han de ser mayores y las letras alegres, no “judíamente” sombrías. No se permiten excesos negroides en el tempo, ni improvisaciones. Puede haber un máximo de 10% de síncopas. 

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