La introducción de Willing Davidson, presentando
en The New Yorker el libro de epístolas “Joseph Roth: a Life in Letters”, no
puede comenzar mejor: “Joseph Roth, quien murió cuando Hitler comenzó a
destruir Europa, fue un gran profeta de la perdición: de la propia y de la
civilización. Por lo tanto, fue un perfecto hombre de su época, y perfectamente
inepto para vivir en ella”. Para Roth la guerra era la mayor catástrofe posible…por
la disolución del imperio austro-hçungaro, que era su hogar. Ahogado en deudas
y alcohol, sus cartas lo revelan “agudo, sensiblero, serio, arrogante y
finalmente trágico”. La revista escogió como muestra las cartas a su amigo Stefan
Zweig. En una, habla de su amante, la hija de un matrimonio católico en el
lugar donde está hospedado: “Tal vez yo sea un hijo de puta, pero la desfloración
en semejante escenario literario es algo que me vale la pena”. Era un latoso pidiendo
dinero: “Abuso de ti con el desesperado egoísmo de quien pone en peligro la
vida de su amigo, colgándose de él, como quien se ahoga lo hace de su salvador”.
La humanidad es “un concepto tan borroso que por contraste uno creería poder
toparse con Dios en la próxima esquina”. Creía en la monarquía de los Habsburgo,
y sobre su tiempo decía: “hoy se ofrecen defensas bestiales de la bestialidad, más
corruptas aún que la bestialidad misma”. Escribió febrilmente y murió pobre.
La revista también recuerda
que el copyright de James Joyce en Europa expiró con el nuevo año, y se alegra
por la proliferación de puestas en escena, lecturas y ediciones que esto
supone. El nieto de Joyce, Stephen, hizo de la sucesión una de las más hostiles,
hasta llegar al absurdo de bloquear investigaciones académicas. La situación de
las cartas y manuscritos, es decir, lo póstumo, no está clara aún.
El 3 de enero falleció el escritor checo Josef Skvorecki, radicado
en Canadá desde el fin de la Primavera de Praga. The Paris Review publicó
en 1989, año de la caída del muro de Berlín, una entrevista. Skvorecki
cuenta que las descripciones líricas son lo más fácil, y los diálogos, lo más
difícil; aprendió a escribirlos leyendo a Hemingway y por una novia que sólo
sabía echar cuentos en “modo escénico”, así: y entonces él me dijo:…y entonces
yo le respondí:… Cuando El Padrino, de Mario Puzo, fue publicado (por algún
misterio) en Checoslovaquia, la gente pensó que hablaba…no de la mafia sino del
partido comunista checo. Al darse cuenta las autoridades, ya estaba impreso. Se
vendió muy bien, a pesar de los intentos por boicotearlo. La ocupación
soviética y el nazismo le parecieron lo mismo; el western y el realismo
socialista tienen la misma fórmula, y Skvorecky la explica. Se dio cuenta de que
la Primavera de Praga tendría su fin cuando se relajó la censura: se comenzó a
publicar que Jan Masarick, hijo del primer presidente del país, había sido
asesinado por la KGB cuando el putsch comunista de 1948, contrariando la
versión oficial del suicidio. Al primer artículo lo siguieron otros, escritos
por otros periodistas, con sus propias investigaciones, y entonces hubo una serie
de muertes súbitas. La policía secreta no podía permitir semejante desafío.
Según
The Atlantic, para Skvorecky una muestra más de la casi total identidad en
la práctica de fascismo y comunismo se encontraría en su rechazo al jazz,
música que el escritor amaba. Presenta una lista de regulaciones del Gauleiter
local durante la ocupación nazi: el foxtrot no podía exceder 20% del repertorio
en una noche, los tonos han de ser mayores y las letras alegres, no “judíamente”
sombrías. No se permiten excesos negroides en el tempo, ni improvisaciones.
Puede haber un máximo de 10% de síncopas.
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