viernes, 16 de diciembre de 2011

Libertad o paradoja


Peter Wilby escribe para The Guardian, con humor e ironía, un obituario a Christopher Hitchens: de estilo vigoroso y a veces pomposo, con amplias lecturas y memoria prodigiosa, recordaba al instante todo lo leído o escuchado alguna vez y, como buen polemista, mostró grandes habilidades de observación y reporterismo. En Oxford, se dedicó al activismo político de izquierdas. Perteneció a la generación del 68, perdió la virginidad por una mujer que lo idolatraba, compartió el lecho con dos futuros miembros del gabinete. Se volvió, dice Wilby, “eventualmente un dedicado heterosexual porque, decía, su porte desmejoró hasta el punto de que ningún hombre querría tenerlo”. Pero no sucumbió al encanto por Mao y Fidel, aunque siguió admirando al Ché y a Lenin. En 1979 deseó secretamente el triunfo de Thatcher, para “acabar con la mediocridad”. Se hizo amigo de Paul Wolfowitz, y sus hijos fueron a escuelas privadas. A temprana edad emigró a EEUU, donde desplegó su carrera, y la emprendió con Henri Kissinger, Bill Clinton, y la Madre Teresa. Se declaró judío y apoyó a los palestinos. Su “frío y sostenido odio”  a toda religión lo nutría “como todo amor”. Alcanzó renombre mundial con su libro “Dios no es bueno” (“God is not Great”, en inglés).
Hizo lo que pudo por ser un librepensador.
Según la reseña del libro Thinking, fast and slow, de Daniel Kahneman, escrita por Freeman Dyson para New York Review of Books, esto no es factible debido a la “ilusión de validez”. La falsa creencia en la confiabilidad de nuestro juicio fue descubierta por Kahneman a los 21 años, cuando sustituyó para el ejército israelí el método de oficiales escogiendo a los reclutas guiados por su juicio como “expertos”, por estadísticas recogidas mediante cuestionarios. El método estadístico resultó infinitamente superior para predecir quienes serían buenos en cuales ramas de las fuerzas armadas. Al descubrir la “ilusión de validez”, sostiene Kahneman en paradoja, descubrió también su “primera ilusión cognitiva”. El cerebro está dividido en el sistema uno y el sistema dos. El uno es rápido e intuitivo, permite reconocer rostros y palabras en fracciones de segundo y está basado en emociones intensas. Confiamos en su juicio, pero se equivoca a menudo, sólo que en la selva es preferible ser rápido y estar equivocado, que ser lento y estar en lo cierto. Que es como funciona sistema dos, que revisa las acciones de sistema uno, evalúa y permite corregir, crear arte y cultura. Pero sistema dos es flojo, por lo que tendemos a regresar al uno. Dyson lamenta que Kahneman ni siquiera mencione a Freud, pero lo entiende: Freud se centra en el inconsciente, similar al sistema uno y por definición, no medible por el sistema dos, similar al consciente, en el que trabaja Kahneman. Su labor le ha valido un Nobel en Economía por descubrimientos como el “efecto de dotación” o “certidumbre”, que consiste en dotar de mayor valor las cosas que poseemos a las que no, o querer vender caro y comprar barato. Este efecto es beneficioso, por estabilizador, en épocas pacíficas y prósperas, y pernicioso en momentos de pobreza. Muchas transacciones no llegan a cerrarse por él,  y contradice la idea de mercados perfectos. Kahneman quiere dejar como legado un nuevo léxico, libre de subjetivismo, al que pertenecen las expresiones “ilusión de validez” y “efecto de dotación”. Resulta irónico que la traducción del original “endowment effect” no sea directa y plena (aunque sí literal). O precisamente. 

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