En The American Interest, Francis Fukuyama, sostiene
que la identidad europea es problemática porque su base fue anti-nacional. Las
identidades viejas nunca desaparecieron; sus fantasmas resurgieron con las
inmigraciones de culturas que no comparten los mismos valores. Hace un análisis
bien enterado y a la vez rápido de las respuestas a esta situación dadas por
cuatro países, Alemania, Francia, Holanda y Gran Bretaña. El modelo republicano
y laico francés es el menos problemático porque se basa en valores abstractos a
los cuales puede adherirse cualquier persona. En Alemania, la dispersión de su
población llevó a privilegiar la herencia de sangre, el ius sanguinis, con lo
que la asimilación es más improbable. En Holanda existe la separación en “polders”,
proveniente de su historia, que dividió a los holandeses en pilares:
protestantes, católicos, socialistas. La tolerancia es total, siempre y cuando uno
no se mezcle (nota: de aquí el origen tanto del apartheid, como de la
incredulidad de los surafricanos blancos ante la incomprensión del resto del
mundo). Los inmigrantes hicieron su propio pilar. Y en Gran Bretaña, el sentido
individualista llevó a que el Estado no se inmiscuyera en asuntos de
asimilación y se promoviera el multiculturalismo extremo. En una segunda
parte, Fukuyama habla del fracaso en lograr una identidad europea. Hay
fallas de origen en el proyecto, la ausencia de mecanismos de disciplina, o de
salida tanto del Euro como de la Unión, que dominan la discusión sobre todo
entre economistas, pero la falla más fundamental es el fracaso de una identidad
europea que defina las responsabilidades, deberes y obligaciones de los
europeos entre sí. Todos estos temas se funden en uno porque son los temas que
toman los partidos populistas: oposición a la inmigración y euroescepticismo.
Europa ha sido un proyecto de élites. En cierta forma, el ascenso del populismo
significa una profundización de la democracia, y al mismo tiempo, un tremendo
peligro para ella en Europa.
Zbigniew Brzezinski reconoce tres
características de la corriente transformación global: primero, las amenazas no
provienen del utopismo fanático sino de la complejidad de los cambios globales
precipitados por el despertar político, segundo, el progreso social es más
viable por caminos democráticos que autoritarios, y tercero, la estabilidad
global pasa por la cooperación a gran escala y no por políticas imperialistas.
Las aspiraciones populistas y la dificultad de articular respuestas coordinadas
constituyen un peligro que debe ser enfrentado con más cooperación. La
interdependencia no es un slogan, es una realidad. Brzezinski ve el potencial y
la necesidad de una mayor y estrecha cooperación global, lo cual a su vez
desarrollará una cultura política con bases comunes. Es hora de pensar en su
institucionalización, pero los gobiernos tienen que atender asuntos
contingentes. Aventura la creación de una especie de colegio de ciudadanos
privados representantes de las diversas regiones para avanzar un cronograma de
cooperación global hasta 2050.
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