viernes, 25 de mayo de 2012

Los ojos del loro


ProDaVinci, El Puercoespín. Los Malditos: la epifanía de Rafael José Muñoz

Un día de 1963, el poeta Rafael José Muñoz observaba una camioneta de la policía naval rodando por la calle. De pronto cruza, y se detiene frente al vehículo, casi provocando un accidente. Los policías se le echan encima; Muñoz explica: “Tengo poderes mentales. Sabía que detendrían la camioneta y no me aplastarían”. Recibió una tunda, y lo internaron en el retén de La Panta, en Caracas. Allí siguieron los maltratos, pero el poeta, por entonces militante del MIR de Venezuela, estaba en otro mundo. A los días lo soltaron. “Está enfermo”, dijeron. La historia es narrada por el poeta Juan Liscano, amigo de Muñoz, en el epílogo a su libro El círculo de los tres soles. Abrirlo en cualquier página es encontrarse con la sorpesa de la libertad más absoluta.
ProDaVinci publica el perfil que del poeta  escribió (también apareció en El Puercoespín) el menor de sus hijos, el periodista Boris Muñoz, para el libro Los Malditos, editado por Leila Guerriero para la Universidad Diego Portales de Chile, con trabajos similares sobre otros escritores de América Latina. Muñoz recuerda la última vez que vió a su padre, que sufría una cirrosis terminal, al despedirlo para ir al colegio: los besos en las mejillas, el rostro sin afeitar, los cabellos encanecidos de aquel hombre de 53 años, el aliento a hígado alcohólico. Mientras esperaba el autobús escolar, el niño vió pasar la ambulancia que recogería a su padre. Sensorialidad extrema e ironía cósmica: en el texto que ahora le escribe, refleja la poética del viejo. Como en el papelucho que conservó durante años en su billetera:
“En los ojos del loro está el secreto del sol
y de la formación del mundo sideral”.
El perfil de Muñoz es a la vez personal y cumple con los estándares profesionales. Tiene detalles poco frecuentes, como la filigrana alternación entre el tono testimonial (mi padre, papá) y el impersonal (Rafael José, el poeta). No duda en oponer el testimonio entusiasmado del amigo y “hermano mayor” Juan Liscano, compañero de correrías metafísicas y ocultistas, a la mirada escéptica del poeta y crítico literario Guillermo Sucre, a quien sin embargo, “la confusión babélica, que por momentos recuerda la “cristalina mezcolanza” de Rimbaud”, le hace “hablar de una desmesura y una mitología personal que elevan a Rafael José Muñoz de rango”…
La vida del poeta Muñoz pareciera haber estado enrumbada hacia una gigantesca epifanía entre 1964 y 1968, en la que produce con frenesí clarividente El círculo de los tres soles. Los mismos poderes mentales que impidieron su arrollamiento y ya lo habían ayudado a resistir incólume la tortura durante la dictadura de Pérez Jiménez, lo propelen a superar una crisis existencial terminal, desechar el ideal de la lucha armada, y controlar la bebida. Según el hijo, el año de 1964 “puede verse como la aparición de una galaxia tras la explosión de una supernova: se sintió renacer”.
El poeta creció como peón en la hacienda de su padre Agustín, quien pocos años después moriría “asfixiado y en sus brazos, intentando decirle algo”. En el último poema del libro, se reencuentra con él:

“¿Quién me regalará plumas de Cristofué, quién olerá
raíces en la tarde, quién cogerá los nidos,
quién se internará en el patio de las coitoras
y llamará a los muertos,
y levantará una lápida con un ladrillo que diga: Kroft,
umugen de bornsnet, bertiken ats grubest,
buitemb uonem para las rocas de Anchuría,
sombrest para el delirio?”      

Al final, se consumió en el alcoholismo. Su hijo Boris Muñoz consigue también el reencuentro, pero en otro lugar. En este texto sereno, lejos de reproches o exaltaciones, como un padre comprensivo que mira hacia atrás lo que ha logrado el hijo. Allí se esconde el regalo del poeta al niño:

 “Porque está claro, mi hijo es mayor que yo
y yo soy mayor que mi padre.
Mejor me explico: Mi hijo tiene 40 años,
yo tengo 36
y mi padre 32…”

(Desde las Sumarijas Regiones)

No hay comentarios: