domingo, 17 de junio de 2012

Rashomon


Journal of Economic Literature, Andrew Lo. La crisis financiera: 21 libros, ningún acuerdo

En una breve columna en el Huffington Post, sobre la crisis europea y la desesperante ausencia de alternativas, Moisés Naím refiere a un artículo de Andrew Lo, comentado en su momento por The Economist, y aparecido en el Journal of Economic Literature.  El economista del MIT reseña 21 libros sobre la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión, encontrando una gran constante: no sólo no existe acuerdo en cuanto a la interpretación, ni siquiera la hay en torno a los hechos. Sería como la película Rashomon, del japonés Akira Kurosawa, que alterna cuatro narraciones distintas del mismo crimen, sin que pueda llegarse a una conclusión sobre los hechos. Uno de los ejemplos que menciona es la aseveración, repetida una y otra vez, de que un cambio de norma en la SEC de 2004 llevó al enorme incremento del apalancamiento en las operaciones de la banca de inversión, cosa desmentida por dos hechos: el nivel de apalancamiento en 1998 fue superior al del 2006, justo antes de la crisis, y el cambio en la norma no alteró los porcentajes de apalancamiento permitidos.    
El paper de Lo presenta una lista dividida en dos tramos: los libros escritos por académicos (10 en total), y los escritos por periodistas y el ex secretario del Tesoro Henry Paulson (11). Cada uno es tratado en párrafos distintos, lo que hace fácil encontrarlos y hace del paper una práctica obra de consulta.  
Puntos comunes: la oposición entre la práctica antigua de los bancos, que se quedaban con los préstamos e hipotecas que producían, con la nueva de transformarlos en papeles y revenderlos, como origen de la crisis; la creación de un sistema opaco y de información asimétrica; lo que se llama “regulatory capture” que es la cooptación de los mecanismos de regulación. Hay tímidos indicios de un ambiente más propenso a la supervisión y regulación.
Entre los académicos, Gary Gorton, en Slapped by the Invisible Hand: The Panic of 2007 entrega un curso rápido de varias áreas de ingeniería financiera y muestra una maquinaria dedicada, no a reducir riesgo, sino a reducir transparencia.
This Time is Different: Eight Centuries of financial Folly, de Carmen M. Reinhart y Kenneth Rogoff  es para Andrew Lo el trabajo mejor respaldado por data, con unas cien páginas de apéndices, que demuestra que la crisis no es un evento excepcional visto desde la historia de 800 años de burbujas. Según Lo, la data que presenta es tan impresionante que constituye un primer paso para sistemas de alerta temprana y monitoreo internacionales.
Fault Lines: How Hidden Fractures Still Threaten the World Economy, de Raghuram G. Rajan parece ser para Lo el más atractivo intelectualmente, diciendo que cada eslabón de su razonamiento tiene una idea notable, pero muestra dudas acerca de si la cadena se sostiene. En esencia, Rajan postularía que la crisis financiera es el resultado de “líneas de falla” de desigualdades financieras. En EEUU, el acceso desigual a la educación superior creó una creciente desigualdad social, conduciendo a la política de créditos fáciles para viviendas, que al final produjo la crisis. Hay otras línes de falla: desequilibrios globales de capital, la débil red de seguridad social en EEUU, la distinción en las reglas de juego de la economía real y del mundo financiero. A la vez que sugiere fuertes políticas sociales para reducir la desigualdad, Rajan llega incluso a proponer la reconsideración del seguro de depósitos en EEUU.
The Squam Lake Report: Fixing the Financial System fue redactado por 15 economistas incluyendo a dos de la lista de Lo. “Dicho simplemente”, explica Lo, “el gobierno debe ser usado para universalizar la regulación, pero las instituciones deben internalizar los costos de sus fracasos”. Una propuesta notable del grupo es que los bancos emitan bonos a largo plazo contra fondos propios convertibles ante detonantes específicos en una crisis: el costo de la recapitalización recaería sobre los inversores del banco.

Por parte de los periodistas, Andrew Ross Sorkin entrega con Too Big to Fail: The Inside Story of How Wall Street and Washington Fought to Save the Financial System—and Themselves lo que Lo califica como el “mejor sumario anecdótico de estos eventos”, destinado a ser obra de consulta para el futuro.
En The End of Wall Street, Roger Lowenstein (autor de When Genius Failed, sobre el colapso de Long Term Capital) postula que el sistema financiero extrajo riesgo de sus negocios para colocarlo sobre aquellas personas en la sociedad menos capaces de manejarlo. La compañía reduce su exposición al riesgo a cambio de que la sociedad aumente la suya.  
Gregory Zuckerman, en The Greatest Trade Ever: The Behind-the-Scenes Story of How John Paulson Defied Wall Street and Made Financial History “cuenta la fascinante historia del mayor beneficiario individual del colapso de la burbuja inmobiliaria, el desconocido director de un fondo de cobertura llamado John Paulson”. Su estrategia consistió en comprar CDS, seguros de impago contra las ramas de peor calidad entre los papeles hipotecarios. Paulson se hizo notorio al conformar con Goldman Sachs un CDO, del cual compró la rama inferior (o BBB), lo cual le permitió ser “sponsor” de todo el papel, para apostar contra él mientras Goldman Sachs lo vendía a terceros. Y Mike Lewis, en su corta obra The Big Short, retrata un grupo de personajes similares a Paulson: acaso diez a veinte personas en todo el mundo, “unos pocos individuos a contracorriente, marginados, decepcionados o ingenuos” que apostaron contra la burbuja. Eran “marginales en el mejor de los casos, y más bien considerados unos chiflados”.     
En All the Devils Are Here: The Hidden History of the Financial Crisis, Bethany McLean y Joe Nocera cuenta una “historia de personalidades dirigentes, en industrias representativas, respondiendo a incentivos”: es decir, el cambio en las regulaciones llevó a que firmas respetables se corrompieran, y que firmas corruptas se convirtieran en criminales.
Rashomon era la puerta sur de la ciudad de Kyoto. En el siglo XII, los habitantes botaban cadáveres y abandonaban recién nacidos allí.

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