lunes, 7 de enero de 2013

Ahora lo ves, ahora no

The New Yorker, Adam Green: A pickpocket’s tale. Roxana Robinson: How I get to write.

El País, Raquel Garzón, Quino: Los chicos fueron mis mejores lectores

Letras Libres, Gabriel Zaid: Estar.

Adam Green comienza para The New Yorker un perfil del carterista Apollo Robbins (un carterista de variedades) con un método que es similar al del retratado: de la manera más convencional, con una descripción precisa, mas no detallada, de cómo Robbins es desafiado por el mago Penn Jillette (de Penn & Teller) para de repente mostrar un truco insólito que ni el mismo Jillette se esperaba. Tampoco quien lea estas líneas y luego lea el artículo, porque a diferencia del carterista de calle, Robbins se especializa en que sus víctimas estén sobre aviso. Según Green, cuando entra en acción, “la única explicación posible parece ser la habilidad de echar a andar o detener al tiempo”. Robbins presenta su show en Las Vegas, donde un carterista profesional suramericano le dijo, luego de verlo, que era su hermano y le enseñó un par de trucos. Una vez, vació los bolsillos de todos los escoltas del ex presidente Jimmy Carter. Su método, y su estilo, han llamado la atención de militares y psiquiatras. Fue co-autor de un paper con dos científicos neurales, basado en sus observaciones para robar cosas. Compartió escenario con el psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel por sus trabajos en economía conductual, hablando sobre el fenómeno de la “ceguera por descuido” o “desatención” (inattentional blindness). Sorprendentemente, Robbins tuvo un desarrollo precario de la motricidad fina y gruesa siendo un niño pequeño. Pero de pronto desarrolló habilidades extraordinarias como dibujante, aprendió artes marciales, y destrezas circenses. De su público, dice: “mi meta no es hacerles daño o desconcertarles con un rompecabezas, sino desafiar sus mapas de la realidad”. Otro carterista, ex convicto, le dijo: “tú tienes una personalidad caviar”. En este video podemos ver por qué. El carterismo es su forma de comunicarse.

“En la mañana no hablo con nadie, ni pienso en ciertas cosas”, escribe Roxana Robinson, contando cómo se sienta a escribir todos los días. Usando hábilmente la reiteración de la palabra “I”, tan obligatoria en inglés, y tan pertinente dado el tema, enumera: no lee el periódico, ni escucha noticias. Ni se conecta a internet. El mundo exterior está urgido y es exigente. Una mirada “y todo acabaría”. En la noche, estuvo en otro sitio. Un lugar silencioso cuyas voces quiere seguir escuchando, separado del día por una débil membrana. Si se rompe, no podrá escribir. Si la preserva, podrá dibujar la sombra de ese mundo.

Raquel Garzón entrevista en El País al dibujante Quino, quien presenta su libro “¿Quién anda ahí?” Hablando de su oficio y los resultados o efectos no intencionados del trabajo, ella se inclina a creer más en la intuición artística que en el azar. El responde: “Puede ser. Yo he dibujado páginas que entendí mucho después. Tengo una, por ejemplo, que dibujé durante la última dictadura argentina cuando ya vivía en Italia, de un señor tirado en la calle con gente alrededor, al que un enfermero cubre con una sábana. Espera un ratito, mira el reloj y luego tira de la sábana y el señor no está, y la gente aplaude mucho, como si fuera un mago. Entendí mucho después que era una página sobre los desaparecidos”.

Un tweet de Ibsen Martínez y un comentario de Pablo Antillano en su muro refieren al artículo de Gabriel Zaid en Letras Libres sobre la diferencia entre “ser” y “estar”. Habría surgido con las lenguas derivadas del latín popular, pero se remontaría a sendas raíces indoeuropeas. Para estar, sta (estar de pie, to stand en inglés, stehen en alemán). Para ser, sed (estar sentado). Zaid sostiene que la diferencia se ha explicado en función de la permanencia: no es lo mismo ser triste que estar triste, pero que hay contraejemplos. En suma, no existiría una regla universal. Podríamos observar, sin embargo, que tanto sta como sed -estar de pié o sentado- expresan dos estados estáticos, pero con mayor o menor disposición al movimiento. Tal vez eso dibuje los bordes de la difusa la relación entre ambos.

Ahora estás, ahora no.

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